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16 November 2022

El aborto no sólo separa de forma drástica al cuerpo del bebé gestante del de su madre: también separa con drama en dos a la ciudadanía americana.

Incluso por encima de la economía, de la seguridad y de la crisis migratoria, un tema se posicionó como prioritario, a lo largo y ancho de la Unión Americana, en estas elecciones de medio término, celebradas el 8 de noviembre pasado: nada menos que el aborto.

Esto mueve a la reflexión profunda. Por ejemplo, desde un enfoque de filosofía de la cultura, podemos preguntarnos, cómo es que ha pasado a ser algo tan extremadamente necesario para la sociedad norteamericana -para una parte de la misma-, este procedimiento para textualmente asesinar una criatura antes de que nazca.

¿Qué es lo que ha sucedido? En las elecciones de cualquier país es natural que la gente exija soluciones para resolver la pobreza, el desempleo, tanto como para combatir a la delincuencia, porque comer, pagar ropa, gas, luz y agua, es de primera necesidad, tanto como poder salir a la escuela, al trabajo y a la tienda, y poder regresar vivos, sin ser asaltados, e incluso asesinados.

Hoy, que en algunos países europeos y en los Estados Unidos hay un incremento delirante en la llegada de migrantes de forma ilegal, se ha generado una preocupación seria por la seguridad, la sanidad y la integración de estas personas a una cultura distinta a la originaria suya.

Hasta ahí todo podía entenderse con facilidad. Cuando en alguna época un país ha estado en guerra, surgen en simultáneo movimientos pacifistas, que bregan por el regreso de los soldados del extranjero, vivos, criticando el gasto presupuestario en conflictos lejanos que no son de extrema necesidad, y estas ideas de paz influyen sin duda en las elecciones.

Pero ¿cómo es que el aborto ha llegado a colocarse en las exigencias de millones de ciudadanos, tanto como en las boletas de este proceso electoral, como una prioridad que pareciera de vida o muerte, por encima del empleo, o de vivir en paz?

Encuestas de todo tipo, publicadas en medios más de izquierda o más de derecha, han coincidido en que el aborto es la causa principal por la que la gente votaría por los demócratas (a favor), como por los republicanos (en contra).

¿Qué significado oculto se esconde detrás de este escabroso tema? Veamos. Por un lado, millones de personas han sido adoctrinadas desde hace décadas en el liberalismo, pero también en el supremacismo feminista -ese rostro del marxismo posmoderno con autores diversos como Simone de Beauvoir, Judith Butler, y Shulamith Firestone- desde las universidades y escuelas de grados superiores, donde en resumen les han inculcado que la mujer debe “decidir sobre su propio cuerpo”.

A esto se le conoce como “pro choice”, es decir, “pro decisión”, un argumento que esconde una gran trampa: la mujer efectivamente puede hacer lo que quiera con su cuerpo, como ponerse aretes, peinarse como quiera, raparse, tatuarse, hacerse piercings, e incluso mutilarse.

Pero en el caso del aborto, no se trata de su propio cuerpo, sino de otra persona que viene en camino, que tiene sus propios derechos desde el momento de la concepción, y sobre la que no puede tomar decisiones: mucho menos puede arrancarle el derecho a la vida y destrozarle con un procedimiento químico o mecánico.

Sin embargo, esta argumentación falsa repetida millones de veces, y tomada y reproducida por la mainstream media, aceitada por el financiamiento de instituciones “liberales”, como Open Society de George Soros, o “progresistas”, como la ONU, Marie Stoppes o Planned Parenthood, vendiendo el aborto bajo e disfraz de ser un “derecho de la mujer” o un “derecho de salud reproductiva”, ha penetrado en la mente de millones de jóvenes.

¿Por qué es indispensable el aborto cuando existen métodos anticonceptivos, como los preservativos, el dispositivo intrauterino, y las pastillas? No se puede entender. El aborto no es una experiencia agradable, deseable, sino más bien una pesadilla.

Pero para un número de empresas, es un gran negocio: aprovechan las partes del feto destrozado para experimentar en farmacología y cosméticos especiales, además de que los ingresos por el procedimiento en sí mismo son abundantes.

Por el otro lado está la otra mitad de la sociedad norteamericana, que se opone al aborto, ya sea sobre todo por su origen cristiano, por la práctica de su fe, como por razones éticas: no ven con buenos ojos el tener que tasajear a un bebé de pocas semanas de gestación (aunque hay abortos que se practican casi días antes de nacer).

Dicho forma llana, el Partido Demócrata ha hecho suya la narrativa del supremacismo feminista y se ha tragado el cuento de que el aborto es un “derecho” de la mujer (aún cuando el bebé en gestación que va a ser abortado también sea de sexo femenino), simplemente porque con ello gana votos.

¿Votos de quiénes? De personas que técnicamente no están considerando la vida de otra persona, la que tienen en el vientre, como algo importante, y con el derecho a nacer, a la vida.

Estas personas “demócratas radicales”, más bien de izquierdas, progresistas, están poniendo por delante de todo, su egoísmo, su “proyecto de vida”, el “libre desarrollo de su personalidad”, “su liberación sexual”, su derecho al “placer sexual”, todos conceptos sin fondo que sustentan en realidad un hedonismo. Cuando tu vida no se basa en la trascendencia, en valores trascendentes, el placer es tu dios.

Y la sexualidad vivida de una forma irresponsable, afecta a terceros de forma grave. Esos terceros son los cerca de 75 millones de bebés muertos en aborto, desde que en 1973 se aprobó el polémico caso Roe vs. Wade, hasta que hasta hace poco la Corte pudo revertir el gran daño hecho, dando al final del día el valor de la vida que siempre debió conservar.

Las izquierdas en los sesentas tenían como sujeto revolucionario al proletario. Es decir, se ponían del lado del “pobre”, del de escasos recursos, luchaban por él. 50 años más tarde, las izquierdas hoy se desgañitan a favor del aborto, por tener la oportunidad de acabar con una vida humana: la de sus propios hijos. Antes mataban por los pobres; hoy matan a sus hijos. Hacen del vientre materno el lugar más peligroso del mundo. En lugar del santuario que debe ser.

El Che Guevara fue un asesino. Con su propia mano acabó con la vida de al menos 200 personas en La Cabaña. Pero aún un criminal como él, un comunista, que se sepa no promovía el aborto. En cambio los nietos de su generación, si no son abortistas, sus compañeros “progres” se burlarán de ellos. La sociedad se ha degenerado éticamente. Se ha hecho idólatra del hedonismo, y ciega ante el dolor ajeno.

El supremacismo feminista ha logrado hacer odiosa a la maternidad. Han deconstruído una de las principales misiones de la mujer en la vida: dar a luz a sus hijos, amarlos y ser feliz al verlos crecer sanos y convertirse en gente de bien.

¿Y a cambio de qué? ¿Ahora es más feliz la mujer? ¿La supremacista del feminismo que se dice “liberada” de Dios, porque ya no cree en él, ni en el papa, ni en la religión, ni en el patriarcado, ni en el matrimonio, ni en la familia, ni en los varones, y que por ello no tiene hijos, o los aborta sin remordimientos, es más plena que la mujer tradicional?

Desde un cierto enfoque, la mujer “moderna” y no se diga la “posmoderna”, ha dejado milenios de sabiduría, cultura y realización a través de la familia, a cambio de castillos en el aire, de lemas vacuos, de ideología chatarra. Y está sola, sin Dios, sin marido, sin hijos, con grandes resentimientos, que son siempre el motor psicológico de las izquierdas.

La izquierda internacional ha creado al alfil perfecto para sus fines de perpetuación en el poder: cortarle a la mujer todos sus vínculos religiosos, familiares, sociales y culturales, para que visualice al Estado socialista como su religión, y al tirano como su dios, y reciba cheques del gobierno para ser cada vez más dependiente y verse obligada a apoyar en todo al poder establecido.

“Según un sondeo de Reuters, uno de cada cuatro votantes asegura que el aborto ha sido la cuestión más importante para ellos a la hora de emitir su voto. De acuerdo con una encuesta de Pew Research, el 61 % de los estadounidenses piensa que el aborto debería ser legal en todos o en la mayoría de los casos”, recoge una nota del medio progre-globalista BBC.

“Tres estados -Míchigan, Vermont y California- celebraron referendos para consagrar el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo en sus constituciones. Otros dos -Kentucky y Montana- habían presentado iniciativas para limitarlo”, se añade. En todos los casos, tuvo éxito el abortismo…

En un estudio muy detallado, Pew Research encontró que, por ejemplo, el fin del caso Roe vs. Wade a manos de la Suprema Corte, causó una mayor desaprobación por parte de los demócratas, que una fuerte aprobación de los republicanos. Hasta 91 % de los liberales en el partido del burro desaprobaba fuerte el desistimiento de la Corte, contra 81 % de aprobación de los conservadores en el partido del elefante.

Entre la población de Estados Unidos, quienes más rechazan el aborto son los blancos evangelistas, los protestantes, y después los católicos. Quienes más lo aprueban son los “asiáticos”, sin que se especifique si se trata de gente de origen chino, acaso muy habituados al aborto, porque China es el país más abortista del mundo y sin Dios y sin costumbres milenarias que los detengan, gracias a la maligna revolución cultural de Mao Tse Tung, el “dios” del comunismo que dejó 15 millones de muertos en este movimiento, entre 1966 y 1976.

La norteamericana es una sociedad cuya mitad “demócrata” se siente con el derecho a decidir sobre la vida ajena. Que se siente justificada moralmente para anteponer lo que sea, por encima del valor de la vida de un nuevo ser. Esto representa la decadencia. Pero habrá de venir la resurrección en los Estados Unidos, de la mano de la religión y la defensa de los valores. Se necesita una contrarrevolución cultural con fondo cristiano. Porque Occidente es la cristiandad.

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