Yerbas espiritadas. Así se le oía decir a Hernando Ruiz de Alarcón, un incansable perseguidor de idolatrías en la Nueva España. Yerbas poseídas por el Demonio, quien en su terco afán de parecerse a Dios, busca que se le coma y se le beba en hongos y en pulque. Así comenzó la problemática —que hoy sigue latente— sobre lo real y sus límites respecto al consumo indígena de ciertas plantas “que embriagaban y conducían a la locura”.
Los misioneros fueron los primeros en poner en tela de juicio esas fronteras, reprobando la deificación de la naturaleza. Luego fue la cultura occidental y su fetiche por el Logos, encarnado en los laboratorios de Ludwig Lewin, el farmacólogo que estudió la mezcalina del peyote de los huicholes; y Albert Hofmann, el químico que sintetizó la psilocibina de los Niños Santos de María Sabina.
De este modo, el libro La mirada interior. Plantas sagradas del mundo amerindio se erige como un intenso diálogo entre las cosmovisiones indígenas y la cultura occidental con relación al uso, ritual y no, de las llamadas drogas por el mundo moderno y enteógenos por la antropología.
Julio Glockner, investigador y autor de dicho libro, se pregunta una y otra vez —como un mantra— qué es la realidad y dónde están sus límites, pues mientras las visiones bajo el influjo de los honguitos son tan normales como caminar y comer para los pueblos nativos, para los psiconautas occidentales son alucinaciones, productos de una conciencia alterada.
Así, el conflicto entre lo objetivo y lo imaginario, fincado en una dicotomía irreconciliable entre lo tangible y lo intangible para nuestra actualidad, devela sus más profundas contradicciones en este texto, pues a pesar de todo somos humanos, seres capaces de percibir otros espacio-tiempos con unos ojos que no sólo busquen mirar sino ver.
La mirada interior es una obra imprescindible para los interesados en desvanecer esos contornos de lo real. Bajo la sensibilidad del antropólogo social y la del humano que se siente atraído por la fuerza del Universo y el dulce éxtasis de diluirse en el Todo, despojándose de un ego que lo comprime, para saberse así parte de la magnificencia del Cosmos, Julio Glockner hace un repaso historiográfico por múltiples fuentes orales y escritas que consignan el uso ritual de aquellas plantas que, para los antiguos nahuas, yollomalacachoh, ‘hacían girar el corazón’, como el toloache o el ololiuhqui.
En sus páginas resuenan aún los ecos del canto que María Sabina aprendió del Pequeño que brota, y abre la puerta a una realidad desnuda que sólo puede sentirse tras el “armónico reventar del intelecto y la carne”, como dijo Jaime García Terrés en su poema Carne de Dios, un fundirse en la Realidad a través de los hongos teonanacatl.
(Sin Embargo)